jueves, 19 de agosto de 2010

Clara

Entre las cacas de las gallinas y la gata que camina por el techo, que duerme a su lado en la cama, y la sigue despacio sin esperar nada a cambio, Clara despierta con la sonrisa de la soledad en las arrugas. Hace años que no hace falta bañarse o barrer, o levantarse temprano. Las convenciones sociales no se encargan de quienes a fuerza de voluntad ya han vencido al tiempo y lo tienen en una macetera en el patio para regarlo cada dos días.

Con la inmensidad de los años doblando las rodillas, la cadera y el brazo izquierdo que desde cayó en el centro no quedo muy bien, Clara hoy piensa que podría morir. Una muerte silenciosa y triste, digo triste porque siempre es triste la muerte. Los ojillos claros de la gata invocan cierto ritual antiguo, ritual de amigas que se acompañan sin decirse nada. Le da miedo morirse. Le da miedo dejar morir de hambre a sus fieles compañeros, pero sobre todo a la gata. Puede que puras excusas, le da miedo morirse, eso es todo.

El último de los miedos para ella ahora es el primero. Clara no sabe que la muerte la espera no ese día, que en particular pensó tanto y tanto en cómo morirse. Clara piensa cuál es la categoría de pecado para quién reza todos los días sin prisa el rosario de las seis. Podría tomarse más pastillas de la cuenta, intentar colgarse que es lo más difícil, o abrirse la ajada y leve piel con el cuchillo. Toma todas las ideas y las pone en el rosario, desiste, resiste, y le cuenta a Dios que quiere morirse, pero le da miedo. La muerte de Clara la veló casi hasta la eternidad a la orilla de la cama de un hospital, mientras un osteosarcoma insolente le habitaba los huesos.

1 comentario:

raaul dijo...

Oh Clara Clara! Me gustó la tristeza y la soledad, sobretodo el primer párrafo. Los más pendejos siempre somos los más valientes, los que duramos más, por eso, por pendejos.